viernes, 19 de agosto de 2011

Últimos días en el Palancia y llegada a la costa

El calor húmedo e infernal. Sin manguera a mano. Sin fresco por las noches y acompañados de dos míseros ventiladores... bye bye el fresquito jericano y hello a la sofocante costa castellonense.

Pese a que alargamos la estancia en Jérica hasta el jueves (uno-dos días más de los previsto inicialmente), el viahe por el Alto Palancia ha sabido a poco. Sobre todo después de las dos excursiones por el interior con baño en río incluido y con encuentro con un jabalí a escasos metros.

La visita el martes por la tarde al nacimiento del río Palancia (en un enclave entre Bejís-Teresa y Torás al que sólo se puede acceder o andando o en coche) se ha convertido en una de las mejores excursiones del viaje. Ver como nace un río de una grieta de una montaña después de andar-escalar entre montañas y caminar en algunos momentos dobre el curso del río es una de las vivencias más geniales que se pueden hacer. Ni el calor sofocante quitó el encanto. Bañarse luego en un río completamente transparente, por donde puede que no haya pasado gente en meses... ¡INCREIBLE!

Decir que el agua estaba fría, se queda corto. El agua estaba tan helada que al salir daba la sensación de que te hubieran clavado 43 cuchillos por todo el cuerpo. Pero meterse y darse varios chapuzones era inebitable. No se podía estar más de un minuto en el agua... pero no podía evitar volver a meterte porque eras consciente de que volver a vivir algo así es demasiado especial. Fue demasiado único.



Miércoles
La mañana comenzó con aventura y con ganas de hacer expedición subimos hasta la iglesia de san Roque (donde los quintos, llamados por nosotros roqueros, hacían sonar todo el día y toda la noche la campana en honor a sus fiestas) y a la torreta vigía. Todo bien, sino fuera porque subir con la calicha de las 13.30 horas puede que no sea lo más inteligente del mundo... eso sí, las vistas desde lo alto merecieron la pena.


Aunque si por algo destacó este día fue por la excursión al salto de la Novia, uno de los entornos naturales más bonitos y conocidos del alto palancia se encuentra en Navajas (a escasos kilómetros de Jérica). Se trata de una cascada de agua que sale desde lo alto de la montañan y que cae sobre el río (sutuado a los pies). El entorno se ha convertido en una especie de Benidorm fluvial... pero hay que reconocer que mola mucho.

Intentar no resbalarte por la zona del musgo bajo la cascada, caminar por las rocas, nadar (el agua estab abuençisima comprada con la del día anterior) y resbalarse por una resbaladera acuática y natural (inspiración para parques acuáticos) es muy muy guay.



Costa a la vista
El día más triste, el jueves: el de abandonar nuestra casita jericana. A pesar de que por 'invitación del revisor de tren hicimos una visita corta a Caudiel (pueblo a 4 kilómetros de Jérica), llegamos a Castellón a las 16.00 horas.

Con mucho calor, mucha agonía y muchas ganas de playa (que esperamos aplacar mañana sábado y es que aunque ayer fuimos a Benicàssim, los compromisos familiares y las historias varias nos impidieron darnos un chapuzón) dejamos atrás nuestra aventura por tierras de interior (con oco trenes en siete días) y llegamos a la costa.

Pero estar en zona costera no es, ni mucho menos, el final de la ruta de la provincia. Sólo hoy hemos visitado dos de los enclaves más bonitos de Castellón: Morella y Peñíscola.

Sí, el acceso a Peñíscola y a Morella en tren es inexistente (a este último el de bus es también una vergüenza)... por eso hicimos unas pequeñas trampas en el interrail y nos fuimos en el coche con unos amigos. Aunque casi morimos de un golpe de calor (sobre todo mediante la visita al castillo del Papa Luna en Peñíscola), el día ha sido genial.

La ciudad amurallada de Morella no deja de sorprender visita tras visita por su majestuosidad. Su papel preponderante en la Edad Media se hace notar en su castillo (que vigila toda la zona desde lo alto) y en su catedral. Su orfeón, el más valioso de toda la Comunidad valenciana, y sus dos pórticos (el de las vírgenes y el de los Apóstoles) son una muestra de la belleza de este templo.

Vale la pena aprovechar la visita y hacer unas compras antes de salir a extramuros. Queso, miel y, como no, flaons (el postre típico de la zona, una especie de pastelitos coin forma de empanadilla y rellenos de requesón y miel) han caído en nuestra cesta. Toca ser cordial con la familia que nos está suministrando toda la logísitica hotelera.

Peñíscola es otra cosa. Pasar del interior morellano a la costa con esos mares azulones y ese paseo marítimo plagado de turistas, tenderetes de hippies, heladerías y tumbonas y tumbonas de playa, es chocante; pero ver el castillo del Papa Luna bien lo merece.

Se trata de todo un ejemplo arquitectónico del esplendor templario (además de unas vistas excepcionales se pueden recorrer las antiguas estancias, como la sala de las torturas) en la provincia de Castellón y de la que fuera la residencia del Papa (tan de moda ahora con la visita de las JMJ a Madrid) Benedicto XIII, más conocido como Papa Luna. La historia eclesiástica no ha sido muy benévola con este Papa. Se le conoce como el antipapa despúes de que se negara a 'dejar el cargo' invitado por Francia. Al final... un Cisma en la Iglesia (el cisma de Occidente) y... ¡cada uno por su lado! Al final, tres papas. Uno de ellos en Peñíscola 'velaron' por el poder celestial en ámbitos terrenales.


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